lunes, 27 de junio de 2011

Antología de Paco Urondo

Gaviotas (de Historia Antigua (1950-1957))

Estas pequeñas aves marinas se reúnen a veces en las playas, en no muy grandes cantidades, a descansar quizás. Permanecen paradas sobre sus finas y ágiles patas dando cara al mar, mirándolo fijamente como viejos marineros que añoran, desde el sosiego de los malecones, quién sabe qué puertos. De pronto, pareciera que algo las inquieta y, como buscando la salvación, vuelan desesperadamente hacia su verde magnitud.

Pese a estar siempre en grupos, permanecen ocluidas en su soledad pues, al menos aparentemente, ignoran la presencia de sus compañeras y, es así, como tan solo cambian algunas pocas palabras entre ellas. Todo hace suponer, que existe una sola verdad y una sola preocupación en su mundo.

Remontan, de tanto en tanto, pequeños vuelos sobre el grupo, para luego posarse nuevamente y terminar así con lo que esto tuvo de desconcertante, siempre con la mirada detenida en su sentido magnífico. A veces vuelan en dirección contraria, pero estos vuelos son intrascendentes. De inmediato todas, a pasos cortos y donosos, se acercan hasta la proximidad mayor que las olas les permiten, cerciorándose de que el mar no las ha abandonado aún.

Cuando divisan o presienten -pues aún no se ve- algún barco en el horizonte, se lanzan en un vuelo irreductible.

Indudablemente, la costa es circunstancial para ellas.



Historia Antigua (de Historia Antigua (1950-1957))

Es cuando la tarde arremete.

Cuando el sudor se complica con los recuerdos, la sangre y los sueños.

Es cuando no sabemos de qué lado estar.

Pero no hay que alarmarse, nos quedamos hasta que las velas ardan.



Bar "La Calesita" (de Historia Antigua (1950-1957))


Es el fondo de un bar. Es un lugar parecido a una cueva donde uno se sienta, bebe y ve asar a hombres enrarecidos por distintos problemas. Es una gran linterna mágica.

Es una gruta retirada del mundo que cobija a sus criaturas. Uno se siente allí ferozmente feliz.

Acaba de aparecer el primer hombre, apenas ha aprendido a caminar, aún no sabe defenderse.

El hombre sonríe y llora y sigue la fiesta.



El tiempo, sigue (de Lugares (1956-1957))

la tarde se va
y los colores
y el agua
y ese aire
entre nosotros

ese soplo
que nos rodeaba

cómo vivir
sin ese sol
con este desaliento

qué penoso hablar
tocar un árbol

qué veremos después
más hermoso y más lento.



Parques y jardines (de Del otro lado(1960-1965))

Como aquellas ciruelas tan orientales, en un farol
se balancea el ahorcado. Nadie
puede olvidarlo
como nadie olvida el sabor de los frutos exóticos.

Se desconocen los hechos
que liquidaron su tal vez limitada sabiduría, pero
todos comparten una certidumbre grotesca:
al sacar la lengua no tuvo tiempo de sonreír.

Un momento antes pudo hacerlo; estaba
entre amigos, lejos
de preocupaciones, y tenía entre sus cartas un envido real.

Sabemos qué consecuencias afrontan
los afortunados en el juego,
pero da lástima que con esas barajas
haya tenido este desgraciado fin.

Quienes representan al orden, no juegan.
Es eficiente la Policía Federal; sus
oficiales están bien educados, estudian
diversas tomas, saltan,
aprenden algunas técnica de la astucia y del contragolpe.
Es un cuerpo eficiente, pero inoportuno.

Llegó después que el pobre ahorcado sacara la lengua.
Tarde llegó.
Tarde has piado.

Una pareja alcanzó a verlo con vida; su
cuerpo temblaba,
como en la pubertad se estremecía, y
la pareja huyó: ella
había olvidado algunas prendas
y comenzaba a sentir frío.

No conviene que el frío entre por allí;
Dios ha destinado ese lugar para otros visitantes,
por más ahorcados con los que uno tropiece en su vida.

Él también tendrá frío en todas partes.
También allí tendrá frío para siempre: el eterno
silencio, el eterno frío
de la muerte, se ha hecho cargo de su virilidad.
Si no hubieran llegado tarde; de
no estar ahorcado, él arrasaría
el corazón de una fugitiva
y ella lo hubiese amado con tierna delicadeza.
Pero es demasiado tarde.

Tarde llegó la patrulla, demasiado tarde
con el oficial que ha seguido estudios,
que tiene la valentía de no usar prendas femeninas;
de no llegar tarde;
de no sacar la lengua.

¡Ah el césped, el blando césped del Parque Chacabuco!
¡Cuántas prendas interiores,
cuántas virginidades,
cuántos ahorcados ha visto desaparecer!

La lengua crece;
está erecta, por poseer la noche resbaladiza del parque;
las horas pegajosas de este mundo.
El viento mece y revela las formas olvidadas; balancea
el cuerpo del ahorcado y
estremece el de una pobre muchacha.

Ella va errando por el parque;
porfía en encontrar su prenda olvidada.
Anda entre las sombras sangrientas
y no puede evitar que el frío se le vaya escurriendo
por la comisura más honda de los muslos.

Ya no hay ahorcados ni policías. Tampoco
de esas violaciones que tanta curiosidad despiertan.

Se han llevado los objetos perdidos,
los cuerpos sin dueño y sin temblores;
la burla de los muertos.

Todo está en orden con la salida del sol;
los niños juegan,
los pajaritos cantan.



Milonga del marginado paranoico (de Poemas Póstumos (1970-1972))

Parece mentira
que haya llegado a tener
la culpa de todo lo que ocurre
en el mundo; pero es así. Han tratado
de disuadirme psicólogos y sociólogos de mi tiempo,
me han dado razones de peso técnico largamente
formuladas y
parcialmente ciertas. Pero
yo sé que soy culpable de los dolores
que aquí siento y recorren el mundo; de las soledades
que lo van vaciando: quisiera saltar
como Juan L. Ortiz, vociferar
como Oliverio Girondo, pero: primero, ellos me ganaron
de mano; segundo, no me sale bien y aquí
empieza todo nuevamente: otro sufrimiento
igual a diapasones y recursos
que conozco perfectamente y que no vale la pena
repetir: primero, para no emularlos; segundo, porque tendré que ir
reconociendo que no he sabido
hacerme entender. Y esto es agudo como un ataque
que nos traga la lengua; pido entonces disculpas
por la mala impresión, por las exageraciones.



Murió Salvador Allende… (de Cuentos de Batalla (1973-1976))

Murió Salvador Allende y se abrieron
otra vez las heridas apocalípticas de Nicaragua,
de Brasil, de Guatemala, de Bolivia, de todo el territorio
sur y central del continente. Las montañas se hundieron, los ríos
se secaron; murió Pablo Neruda y todas las palabras
cambiaron de significado; el Perro Olivares, tal vez el Negro Jorquera, tan
risueño, la clase trabajadora
fue asesinada en todo el mundo y nadie
salió a defenderla en Chile y ella apenas sabía
hacerlo cuando el exterminio
es la voluntad del ejército imperial. Y ya se han secado
los ríos, las montañas se han derrumbado, las vacas
y las iguanas han abortado pájaros muertos en pleno vuelo, la lengua
entera se ha quedado sin respiración, sin campesinos, el aire
sin luz, porque murió con su gente Salvador Allende, intrépido
como un muchacho, con las armas en la mano
como era de esperar ante tanta desgracia que se avecinaba.



¿Soy el poeta de la revolución? (de Cuentos de Batalla (1973-1976))

¿Soy el Poeta de la Revolución
acaso, como dice
por ahí –bromeando–
un compañero de cárcel? No. El poeta
de la Revolución es el Pueblo; pero el
pueblo concreto, de persona a
persona; el Viejo Ponce que
ayer cumplió años y casi
le revienta el corazón de alegría
cuando le cantaron La Marchita
Revolucionaria del Pueblo. La cantaron
como si fuera el Happy Birthday, y se fumó
un habano legítimo, regalado
por Fidel al Chicho, y por éste a
un amigo, y del amigo a mí y de mí al Viejo
Ponce, por la Gracia Divina. Ponce,
el viejo gladiador peronista,
es el Poeta de la Revolución.



Quiero denunciar… (de Cuentos de Batalla (1973-1976))

Quiero denunciar ante todos, publico
y clero, el robo de un par de anteojos, de alguna
camiseta sucia y pañuelo usado, un numero
impreciso de poemas que venía escribiendo
en los últimos años de esta guerra, un aparato
de televisor, discos, armas, souvenires
varios: un libro de Lenin, un disco
de don Pepe de la Matrona que me regalara
el Divino Divinsky por recomendación
del marqués del Cante, don Fernando
Quiñones, un asiento argelino, piedritas, cartas, dos botellas de vino
chileno, documentos reales y apócrifos y otras
cosas pequeñas pero queridas,
nada de esto, ni de otras cosas que
omito han reaparecido. Fueron
robados por la policía en mi domicilio, entonces
ilegal para ellos. Las armas perdidas ya
han sido debidamente detalladas; las largas
y las cortas, las buenas y las malas. Los
objetos eran comunes, como esos que se venden
por allí; los versos hablaban de una 11,25 que
ha dejado una marca en el nacimiento
de mi muslo izquierdo; otro hacía referencia
a los problemas de la balística en relación con
los sentimientos; uno recordaba el miedo
que tenía el sargento cuando
fuera atacado por sorpresa, y otros
temas que he olvidado por buenas razones. Algunos de
estos papeles desaparecidos por el miedo que la policía
metió a mucha gente, entre ellos a una mujer llamada
Lucila, que materialmente quemó uno que otro.
Otros fueron destruidos por la propia policía o los militares
de los servicios de informaciones que también me llevaron. Hago
esta denuncia, especialmente por la perdida
de armas y poemas, ya que ambas son irreparables, han
sido robadas al pueblo de la republica, a
quien materialmente pertenecían.



La verdad es la única realidad (de Cuentos de Batalla (1973-1976))

Del otro lado de la reja está la realidad, de
este lado de la reja también está
la realidad; la única irreal
es la reja; la libertad es real aunque no se sabe bien
si pertenece al mundo de los vivos, al
mundo de los muertos, al mundo de las
fantasías o al mundo de la vigilia, al de la explotación o
      de la producción.
Los sueños, sueños son; los recuerdos, aquel
cuerpo, ese vaso de vino, el amor y
las flaquezas del amor, por supuesto, forman
parte de la realidad; un disparo en
la noche, en la frente de estos hermanos, de estos hijos, aquellos
gritos irreales de dolor real de los torturados en
el angelus eterno y siniestro en una brigada de policía
cualquiera
son parte de la memoria, no suponen necesariamente
el presente, pero pertenecen a la realidad. La única aparente
es la reja cuadriculando el cielo, el canto
perdido de un preso, ladrón o combatiente, la voz
fusilada, resucitada al tercer día en un vuelo inmenso
      cubriendo la Patagonia
porque las masacres, las redenciones, pertenecen a la realidad, como
la esperanza rescatada de la pólvora, de la inocencia
estival: son la realidad, como el coraje y la convalecencia
del miedo, ese aire que se resiste a volver después del peligro
como los designios de todo un pueblo que marcha
      hacia la victoria
o hacia la muerte, que tropieza, que aprende a defenderse,
      a rescatar lo suyo, su
realidad.
Aunque parezca a veces una mentira, la única
mentira no es siquiera la traición, es
simplemente una reja que no pertenece a la realidad.


Cárcel de Villa Devoto, abril de 1973

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